La edad, las hormonas, la exposición al sol y el consumo de tabaco pueden producir arrugas e ígneas finas, y hacer que la piel se sienta más frágil y menos elástica. Con el paso del tiempo disminuye la cantidad de ácido hialurónico que contiene nuestra piel, que es vital para la hidratación de ésta. Las glándulas sebáceas pierden actividad y la piel se vuelve más seca, por lo que parece menos suave y llena. Como se reduce el número de vasos sanguíneos que la riegan, la piel pierde el brillo que le da un aspecto juvenil. Al mismo tiempo que aparecen todos estos factores, también interviene la gravedad, que tira de la piel y hace que esta cuelgue hacia abajo.